JUAN
Y MARCOS
Cuando nacimos causamos una
extrañeza generalizada. Los médicos nos sometieron a toda clase de estudios.
Era un hecho, teníamos dos cabezas en un mismo cuerpo. Nuestros padres no sabían
como tratarnos.
Cada cabeza podía manejar todo
el cuerpo. Sentíamos lo mismo, pero nuestros pensamientos y gustos resultaron
independientes, por lo que nos llamaron Juan y Marcos. Compartíamos la misma
columna, médula y órganos vitales. Cada cabeza tenía su propia circulación y
poseíamos dos caras diferentes, aunque muy similares. La gente decía que los
ojos de Marcos eran más verdes que los míos.
Si bien cada cabeza podía manejar
ambos pares de miembros, llegamos al acuerdo de distribuirnos el dominio de los
mismos al lado correspondiente de cada uno.
Nuestra infancia fue divertida; llegamos a querernos mucho. Nos regalábamos
sonrisas y largas conversaciones, ya que pensábamos y nos gustaban distintas
cosas. Éramos hijos únicos y nuestros
padres nos prodigaron amor por igual.
En la escuela nos inscribieron como un solo alumno, ocupábamos el mismo
banco. Nuestros compañeros al comienzo nos miraban con asombro, hasta que se
acostumbraron a nuestra condición. Y como dos cabezas piensan mejor que una,
llegamos a ser los mejores alumnos.
Cuando uno tenía sueño, el
otro respetaba su descanso sin hacer ruido. En general, lográbamos ponernos de
acuerdo para sobrellevar la mejor existencia posible. Éramos más que hermanos: éramos
siameses y amigos.
Teníamos distintos gustos en la ropa. Así, llegamos al acuerdo de
elegirla un día cada uno. También jugábamos muy bien al fútbol. Marcos era muy
bueno cabeceando la pelota. ¡Y solíamos hacer goles!
Si uno hacía el amor con una
chica, el otro hacía que dormía. Los problemas llegaron cuando a los dos nos
gustó la misma mujer. La primera vez que hicimos el amor, gozamos y a ella
pareció no importarle esto de las dos cabezas. Los dos la besábamos y
disfrutamos profundamente.
Yo comencé a sentirme molesto con mi siamés. Me parecía que cuando
Elizabet nos miraba a los ojos, lo miraba más a Marcos que a mí.
Como cada uno tenía sus propios
pensamientos, que a su vez eran desconocidos para el otro, comencé a imaginar
de qué forma podría deshacerme de Marcos. Lo que al principio fue un
pensamiento loco, una fantasía, terminó siendo un deseo real. Quería a Elizabet
sólo para mí. Moría de celos cuando ella lo miraba a los ojos.
¿Cómo podría deshacerme de
Marcos, sin morir? Comencé a leer anatomía para saber bien qué teníamos en común
y qué no. Comprendí que si seccionaba su cuello y hacía un torniquete con una
bufanda, podría evitar la hemorragia hasta llegar a un hospital, en el cual
suturaran las arterias. ¿Sentiría dolor? Seguramente. Pero no me importó.
Un día, de camino a casa de Elizabet, vi en una vidriera una vistosa
bufanda.
_ ¿Qué te parece si la compramos? _le dije a Marcos.
_ Es demasiado colorida. Pero si te gusta, la compramos y usamos juntos,
es bastante larga.
_ Como para dos cuellos_ respondí.
A la mañana siguiente,
mientras Marcos dormía, me hice de una daga. La coloqué en un bolsillo, de mi
lado.
Elizabet se veía cada día más hermosa. Gozábamos los tres hasta
quedarnos dormidos.
Era sábado, teníamos una fiesta. Y luego, nos iríamos al departamento de
ella.
“El lunes tengo que hacerlo” pensaba “La quiero para mí solo, que solo
me mire a mí”.
_ Hace frío, vamos con la
bufanda larga de colores _dijo Marcos.
Al terminar la fiesta, nos fuimos a lo de Elizabet. Estábamos distraídos,
recostados en un sillón. Mientras tanto Elizabet se fue a la cocina a preparar
café.
Me pareció que se acercaba por detrás, trayendo la bandeja con las
tazas. Pero no escuché el ruido de las mismas.
Me sentí rodar por el suelo. Lo último que vi fue a Elizabet con un
hacha en las manos.
_ ¡Ya no soportaba que nos
mires! _ gritó.
Y el cuarto se oscureció.
ALICIA B.
MUSTAFA