APRISIONADA
Soledad tenía una fiesta de disfraces. Hacía
años que no concurría a una ocasión de esta clase y estaba muy entusiasmada.
Subió al altillo de la casona de su abuela; con la intención de hallar algunos
vestidos antiguos que la ayudaran a confeccionar su disfraz. Entre el polvo y
el olor a viejo de aquellas reliquias, halló una caja de madera. Estaba muy
atada con una soga, que la envolvía casi totalmente y tremendamente anudada.
Supuso que no contenía ropa, aun así su curiosidad la venció. Se sentía atraída.
Tenía cierto halo de misterio.
La caja
tenía la inicial “H”. Pensó que podía haber pertenecido a Hilda, una hermana de
su abuela, desaparecida hacía mucho tiempo. Y de quien la familia hablaba casi
nada.
Fue
trabajoso desatar los nudos, cuando terminó y abrió al fin la caja, se encontró,
no sin poco asombro, que ésta contenía en su interior otra caja cerrada con
candado. Era antiguo, pudo abrirlo. Mayor fue su sorpresa al comprobar que otra
caja metálica y labrada con extraños arabescos, se hallaba en su interior.
_ ¡Otra más!_
exclamó ya fastidiada, de haber perdido tanto tiempo y aun no tenía su disfraz.
Dudó si continuar con la empresa, la curiosidad pudo más. Esta caja estaba con
los bordes pegados y tuvo que usar un elemento metálico para hacerle palanca y
poder abrirla. Había dentro un libro, de aspecto muy antiguo pero se podía
leer. La magia en mi vida, era el título en letras tipo góticas.
_ ¿Qué es
esto?_ comenzó a hojearlo. En efecto, aparecían conjuros de hechicería.
Nombraba habilidades a obtener y debajo palabras extrañas, sin sentido. Había
una página marcada con un señalador: “Como volverse joven”.
_ ¡Mira
vos, la tía abuela! Lo que tenía tan guardado._ pensó.
Soledad no era anciana, tenía 42 años, pero
volver a tener veinte… ¡No!, era una fantasía absurda. Pero… ¿y si fuera
cierto? Recordó la misteriosa desaparición de Hilda, que parecía un secreto de
familia. Después de todo, ¿Qué podía perder en el intento?
Lo tomó
como un juego. Pronunció en voz alta y solemne aquellas frases que no comprendió.
Sus manos cobraron lozanía y tersura. Limpió un viejo espejo roto. Se vio
hermosa. No solamente más joven, sino verdaderamente bella y sensual. ¿Era
ella? ¿Podía ser verdad? Cerró el libro y corrió a la planta baja. Bajó las
escaleras con la agilidad de una gacela.
Aquella
noche fue al baile de disfraz, con traje de alquiler. Era una odalisca
deslumbrante. Se sentía feliz.
¿Cuánto
duraría aquel efecto? No lo sabía, pero iba a disfrutarlo, sin cuestionarse
demasiado.
Acaparó
todas las miradas masculinas y algunas envidiosas femeninas. Se veía perfecta,
como salida de un cuento de Sherezada. Eligió al mejor, al más apuesto. Lo
conocía, nunca habría reparado en una mujer de cuarenta algo regordeta.
Bailaron,
conversaron, coqueteó y sedujo. El abrazó su fina cintura y acercó sus labios a
los suyos. Soledad se estremeció de placer, iba a besarla, un torbellino
hormonal invadió su piel. El beso fue apasionado, como una fusión de estaño
incandescente. A partir de ese momento comenzó a sentirse rara, como si su
cuerpo no le perteneciera.
_No se tu
nombre_ sonrió él.
_Quiso
pronunciar su nombre, los labios no le respondieron.
_Hilda _
contestó, y sintió su corazón aprisionado entre las páginas del libro.
ALICIA B. MUSTAFA