martes, 13 de mayo de 2014

DESPERTAR (poesia)

                        DESPERTAR


Sentir,
un estado permanente de vivir
entre la hoja mecida por la brisa
y la piedra escondida bajo el mar.

Encontrar en el viento
 palabras  murmurando
el canto de las musas.

 Sentir que conduce
el alma al eterno sol
más allá del éxtasis.

 Firmamento ilimitado,
 visión indescriptible
evanescente y divina.

Sentir,
un estado permanente de vivir,
en pleno paraíso espiritual.



                           ALICIA B. MUSTAFA.

escrito en 2010

APRISIONADA

                                    APRISIONADA




     Soledad tenía una fiesta de disfraces. Hacía años que no concurría a una ocasión de esta clase y estaba muy entusiasmada. Subió al altillo de la casona de su abuela; con la intención de hallar algunos vestidos antiguos que la ayudaran a confeccionar su disfraz. Entre el polvo y el olor a viejo de aquellas reliquias, halló una caja de madera. Estaba muy atada con una soga, que la envolvía casi totalmente y tremendamente anudada. Supuso que no contenía ropa, aun así su curiosidad la venció. Se sentía atraída. Tenía cierto halo de misterio.
La caja tenía la inicial “H”. Pensó que podía haber pertenecido a Hilda, una hermana de su abuela, desaparecida hacía mucho tiempo. Y de quien la familia hablaba casi nada.
Fue trabajoso desatar los nudos, cuando terminó y abrió al fin la caja, se encontró, no sin poco asombro, que ésta contenía en su interior otra caja cerrada con candado. Era antiguo, pudo abrirlo. Mayor fue su sorpresa al comprobar que otra caja metálica y labrada con extraños arabescos, se hallaba en su interior.
_ ¡Otra más!_ exclamó ya fastidiada, de haber perdido tanto tiempo y aun no tenía su disfraz. Dudó si continuar con la empresa, la curiosidad pudo más. Esta caja estaba con los bordes pegados y tuvo que usar un elemento metálico para hacerle palanca y poder abrirla. Había dentro un libro, de aspecto muy antiguo pero se podía leer. La magia en mi vida, era el título en letras tipo góticas.
_ ¿Qué es esto?_ comenzó a hojearlo. En efecto, aparecían conjuros de hechicería. Nombraba habilidades a obtener y debajo palabras extrañas, sin sentido. Había una página marcada con un señalador: “Como volverse joven”.
_ ¡Mira vos, la tía abuela! Lo que tenía tan guardado._ pensó.
 Soledad no era anciana, tenía 42 años, pero volver a tener veinte… ¡No!, era una fantasía absurda. Pero… ¿y si fuera cierto? Recordó la misteriosa desaparición de Hilda, que parecía un secreto de familia. Después de todo, ¿Qué podía perder en el intento?
Lo tomó como un juego. Pronunció en voz alta y solemne aquellas frases que no comprendió. Sus manos cobraron lozanía y tersura. Limpió un viejo espejo roto. Se vio hermosa. No solamente más joven, sino verdaderamente bella y sensual. ¿Era ella? ¿Podía ser verdad? Cerró el libro y corrió a la planta baja. Bajó las escaleras con la agilidad de una gacela.
Aquella noche fue al baile de disfraz, con traje de alquiler. Era una odalisca deslumbrante. Se sentía feliz.
¿Cuánto duraría aquel efecto? No lo sabía, pero iba a disfrutarlo, sin cuestionarse demasiado.
Acaparó todas las miradas masculinas y algunas envidiosas femeninas. Se veía perfecta, como salida de un cuento de Sherezada. Eligió al mejor, al más apuesto. Lo conocía, nunca habría reparado en una mujer de cuarenta algo regordeta.
Bailaron, conversaron, coqueteó y sedujo. El abrazó su fina cintura y acercó sus labios a los suyos. Soledad se estremeció de placer, iba a besarla, un torbellino hormonal invadió su piel. El beso fue apasionado, como una fusión de estaño incandescente. A partir de ese momento comenzó a sentirse rara, como si su cuerpo no le perteneciera.
_No se tu nombre_ sonrió él.
_Quiso pronunciar su nombre, los labios no le respondieron.
_Hilda _ contestó, y sintió su corazón aprisionado entre las páginas del libro.


                                           ALICIA B. MUSTAFA

   

LA SOMBRA (Finalista narrativa 2011)

                                            LA SOMBRA





         Salí de mi casa en ruinas, rumbo a la iglesia como todos los días. Caminé cabizbajo, con mis pesadas piernas y mi traje de harapos.
Llegué a las puertas de la iglesia, y me senté solitario en un banquillo del costado. Atormentado e ensimismado en mis recuerdos. Me golpee el pecho y sollocé por mis horribles crímenes. Nadie me dirigió la palabra.
Quise confesarme, pero el sacerdote cerró el confesionario sin verme y se retiró. Me  aparté molesto y refunfuñando.
Estuve atento al sermón, que mencionó al amor infinito de Dios esperando su sitio en una sociedad salvaje. Escuché  sobre la necesidad de abrir el corazón a la Palabra y de buscar la paz en el camino. Me emocioné con los relatos de la Biblia y volví a recordar mis horrorosos crímenes. Sacudí la cabeza y sentí mi oscuridad, curtida de años y desatinos.
Cuando pasé a comulgar el cura me ignoró y al llegar mi turno de recibir la ostia, me salteó y la depositó en los labios del siguiente feligrés.
Levanté  mis ojos al hombre del madero con rigidez de estatua; le pregunte si había perdón para mí. No recibí respuesta.
Mi piel oscura a veces se aclaraba un poco, pero la vergüenza me llevaba a esquivar las miradas ajenas. Apesadumbrado pasaba mis días, de misa en misa sin que nadie me dirigiera la palabra. Un día quise gritar pero una ráfaga de viento golpeó el portón de entrada y tapó mi gemido.
Llegó la víspera de la Navidad. Se daba indulgencia plenaria; una esperanza se encendió en mi  abrumado corazón, seco de soledades y de ausencias. Ese día, pude soltar una lágrima. El cura habló de la esperanza, sus palabras me sonaron vacías…
Al terminar la ceremonia, todos se retiraron. Me quede arrodillado enjugando lamentos  por mis horripilantes crímenes.
Repentinamente una luz se expandió del Sagrario al hombre del madero; quien desdoblándose  bajó de la cruz, tomó mi mano  y atravesamos el muro.




                                                                           ALICIA B. MUSTAFA